miércoles, 9 de enero de 2013

Los whereabouts de oficina y una pequeña anécdota


He de reconocerlo. Soy un desastre. El otro día a mis amigos les dio por imaginar qué sucedería, en sentido metafórico, si a cada uno de nosotros le regalasen una lámpara. Si el primero rompía la lámpara, otro la extraviaba entre su característico desorden y el tercero jamás se molestaba en desembalarla, a mi se me adjudicó la historia de comprar una bombilla incorrecta por alguna casualidad estúpida, generar una grán explosión y dejar sin luz a todo el vecindario. No es de extrañar que alguien con tremenda mala suerte (o tremendo mal hacer, según se mire) acabe por ostentar el dudoso honor de escribir el whereabout del año en la oficina en que trabaja. Pero antes de nada voy a contaros lo que es un whereabout.

En los Países Bajos, especialmente si trabajas en el sector técnico, tienes una flexibilidad de horarios impresionante. Nada más firmar mi contrato de trabajo pregunté al jefe a qué hora debía llegar a la oficina cada día, a lo que me respondió con una descorcentante cara de indiferencia y un "en cualquier momento antes de las diez". A mi, a quien la perspectiva de tener empleo estable me abrumaba sobremanera pues hasta para nacer lo hice de culo y a deshora, esta declaración me sonó entonada por querubines y arpegios celestiales. Pero eso no era todo. Ni siquiera era necesario pedir permiso para salir a hacer alguna gestión ni avalar las enfermedades con el justificante médico de rigor. Si sufrías un simple dolor de cabeza podías quedarte trabajando desde casa sin más que mandar un whereabout.

Esta palabra anglosajona, que podría traducirse como paradero, hace referencia al correo electrónico que debes mandar a tus jefes y compañeros cada vez que planeas ausentarte del trabajo. Si piensas tomarte unos días de vacaciones o por algún motivo vas a quedarte trabajando desde tu casa, no tienes más que enviar un correo con título "whereabouts mister mengano" explicando brevemente la situación.

¿Ventajas? Para los trabajadores a la vista están. Puedes esperar la llegada de paquetes desde tu casa, llevar los niños a urgencias cuando se tercie y reposar tus resfriados bajo una batita caliente sin necesidad de alcanzar los cuarenta de fiebre para que un doctor certifique tu dolencia con un sello de autenticidad. Para la compañía acaba resultando productivo también, ya que aunque parezca mentira, con la ausencia de presión en general acabamos trabajando más horas de las que especifica el contrato. Y lo que es más, en horario de máxima productividad, muy conveniente para elementos que como yo jamás abandonamos el estado vegetativo hasta la una del mediodía.

¿Cuáles son pues los contras de este sistema? Para el empresario sucede que, como estaríais imaginando, siempre aparecen individuos que aprovechan la coyuntura; el conocido fenómeno de dar la mano y que te arranquen el brazo (aunque es un fenómeno internacional, he de decir que en este arte los griegos aventajan por goleada al resto de naciones). Esos que llega un punto en que en lugar de enviar un whereabout: working from home deberían inventarse el workabout: working from work. En cuanto a los trabajadores sin duda la mayor desventaja es que en ocasiones acabas enterándote de detalles escabrosos sobre los movimientos intestinales de tus compañeros de oficina.

Y es que mientras la mayoría de los holandeses viven en armonía con sus normas y aceptan el whereabout como un elemento natural de su ecosistema laboral, a los extranjeros nos cuesta adaptarnos a su filosofía. Tenemos pues a los soviéticos mandando whereabouts compulsivos si llegan diez minutos tarde, a los griegos controlando cuántos días de vacaciones han usado sus compañeros para descubrir alguna norma que puedan aprovechar, a los italianos elucubrando retahílas de exusas demasiado explícitas para patentar su profesionalidad y algún que otro individuo lamentable, independientemente de su procedencia, detallándonos con pelos y señales qué hace en su tiempo libre para demostrarnos a todos y cada uno de nosotros que en efecto tiene amigos de carne y hueso.

Y mire usted por donde, yo que siempre había intentado actuar con discreción e imitar a los locales en la medida de lo posible, acabé enviando el whereabout más sonado de los últimos tiempos en mi oficina. Y como hubo gente que me sugirió que la historia debía acabar en un blog y casualmente aquí mismo tengo uno, voy a traduciros el correo que envié a mi jefe y un par de colegas de confianza un martes a las tres de la madrugada. Como introducción decir que, como los horarios son tan libres, en mi oficina el último que termina de trabajar es quien debe cerrar y activar la alarma. Pero yo, dada mi tasa de desastres por minuto, intento siempre abandonar el edificio junto con la última persona para evitar la responsabilidad de clausurarlo todo apropiadamente....


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Bueno, acabo de llegar a casa después de….


a) En cierto momento advertí que era la última persona en el edificio. Sin dejarme llevar por el pánico, ya que cerrar la oficina es una tarea harto rutinaria que había visto ejecutar a otros colegas tropecientas veces, busqué a alguien conectado al chat de la empresa y le pregunté como desactivar la alarma en caso de que la última persona, ignorando mi presencia, la hubiese conectado conmigo dentro. Parecía sencillo, así que como el mal ya estaba hecho decidí seguir trabajando un rato más para terminar lo que estaba haciendo.


b) A las 23:30 recogí mis cosas para marchar y me levanté de la silla...  e inmediatamente una alarma empezó a sonar. No tenía ni idea de que aquello podía suceder así que en estado de pánico y a punto de ensordecer con el penetrante sonido, corrí escaleras abajo con las manos sobre las orejas para intentar desactivar la dichosa alarma antes de que algo más grave llegase a acontecer.


c) Corrí hacia la puerta principal como alma que lleva el diablo... olvidando que la caja de la alarma no se encontraba allí (la caja se halla de hecho al lado de la puerta, pero no la puerta de la calle sino una segunda puerta que separa el hall del interior del edificio). De repente, aun con las manos en los oídos, me di cuenta. Como la puerta interior se cierra sola, acababan de atraparme en el pasillito que separa ambas puertas cuan cobaya de laboratorio, sin llaves ni móvil y con la horrible alarma a punto de causar una implosión en mi cavidad craneal.


d) Al menos los diseñadores de la alarma fueron lo suficientemente majos para hacer que ésta parase de sonar en mi cubículo después de un rato. Imagino que romper los tímpanos a un intruso no es del todo ético por muy ladrón que sea. De todas formas seguía dentro de la trampa con la alarma dándolo todo en el resto del edificio. Me preparé física y mentalmente para dormir en el suelo.


e) Tras un rato llegó la policía, iluminándome a través del enrejado de la puerta con una hostil linterna de tonos azulados. Me tocó explicar, gritando a través del cristal, que aunque todo indicara lo contrario yo trabajaba legalmente en esa oficina y una serie de catastróficas desdichas habían hecho que me encontrase allí a oscuras, sin unas llaves o un teléfono de contacto.


f) A la policía no le quedaba otra que llamar a la compañía de alarmas. Se supone que lo hicieron, pero no se dignaron a informarme a través de los agujeritos de la reja de la puerta hasta 20 minutos después, minutos que pasé en la fase de animal enjaulado caminando en círculos por el minúsculo recinto. Finalmente me comunicaron que los de la alarma vendrían en otros 20 minutos, subieron a su coche y abandonaron la escena con la alarma sonando todavía y la satisfacción de un trabajo bien cumplido.


g) El tiempo pasaba y pasaba y nadie se dignaba a aparecer. Aceptando que el mundo me había olvidado, me preparé de nuevo física y mentalmente para dormir en el suelo. Cuando casi lo había conseguido, acurrucándome en una bola para preservar en la medida de lo posible el calor corporal, llegó el tipo de la alarma. Habían pasado casi dos horas tras la marcha de los policías. Se trataba del encargado del área de Amstelveen, ya que asumámoslo, soy original en absoluto y la mitad de la población de Amsterdam había tenido la ocurrencia de hacer saltar sus alarmas aquella misma noche.


h) Tras explicar una vez más la secuencia de desdichados eventos que me habían conducido a esa situación pude al fin recuperar mis pertenencias y abandonar el edificio. Sin embargo una vez en la calle advertí desconsoladamente que ya era bastante más de la una de la mañana. Eso significa no más tranvías.


i) No me quedaba más remedio que caminar hacia mi casa, ya que no tenía ni móvil ni la más remota idea de cómo se pide un taxi (ni de cuanto te clavan). Llegados a ese punto ya me había vuelto insensible al frío pero no a los tacones ni al peso de mi ordenador en un bolso de mano. El agradable paseo nocturno duró cerca de una hora.


j) Finalmente estoy de vuelta en casa, pero con una terrible sensación de ridiculo, un profundo dolor de cabeza, un acuciante lumbago, pies hechos papilla y un resfriado incipiente.


k) ¿He mencionado que dejé de fumar esta semana?


En resumen, mañana trabajo desde casa.


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Y ya que mencionábamos los errores que todos cometen con respecto al whereabout, toca destacar el de nuestros anfitriones los holandeses. Y éste es sin duda la delgada línea que separa lo público de lo privado, o dicho de otra manera, la afición al cotilleo no disimulado. Obviamente los encargados de la alarma iban a informar del incidente. No me quedaba otra que reportarlo, al menos a mi jefe directo, y esperar que éste lo explicara discretamente a cargos superiores. Así que mandé dos whereabouts, uno genérico a todo el mundo, y la versión inglesa del que veis más arriba a un grupito selecto de personas. Vano esfuerzo. Al día siguiente todos estaban causando revuelo sobre quién era el culpable de mi encierro y por qué narices los de la alarma se habían demorado tanto, y mi historia circulaba libremente por todos los ordenadores de la compañía. Al final, como todo en esta vida, el indicente acabó olvidándose, no sin antes servirle de entretenimiento al director durante un par de días, que vino emocionado a comentar los pormenores del correo en cuanto volví al trabajo.


Por cierto, la alarma debería haber sonado mucho antes de no ser porque mi escritorio se encuentra en uno de los escasos puntos ciegos del edificio. Ahora lo sé. Y si seguíais preguntandooslo, el que reporta con detalle el devenir de sus intestinos y su frecuencia de evacuación es italiano.


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4 comentarios :

  1. lo amee... no paro de reir ..esta muy bueno :D

    atte anny

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  2. Desde luego, lo que no ocurra en este país... La historia tiene su gracia, pero para mí sería desesperante. Yo pongo muchas veces la alarma en los colegios y alguna vez suena porque algún "tulipán" está escondido en su cubículo trabajando a las 8 de la tarde/noche. Está bien lo de la flexibilidad horaria, pero el contacto con los compañeros de la empresa pueden producir anécdotas de "Cámara café" ¿Quién no se acuerda?

    Suerte con esa gripe

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  3. Casi me meo en las bragas leyendo tu post, pobrecita...mira que tienes mala suerte

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  4. Buffff, hoy me ha tocado cerrar así de improviso y tras conseguir cerrar cuatro puertas, poner la alarma, suspirar con tremendo alivio y emprender el camino a casa, se me ha cruzado un coche de policía con la alarma a toda potencia. ¡Que mal rollo! ¿La habré hecho saltar?

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